lunes, 24 de diciembre de 2018

DICIEMBRE / NUEVA (Y ETERNA) ROMA

Nueva (y eterna) Roma

Hace exactamente 21 años, en un extenso viaje que hice con mi familia por Europa, tuvimos la oportunidad de estar en Roma en diciembre. Un sacerdote amigo, que oficiaba de guía circunstancial en la bellísima ciudad eterna, nos contó que él se marcharía en apenas unas horas a España para pasar las fiestas con sus hermanos. Como al descuido, más por cortesía que por interés, le dije que entonces se perdería la tradicional misa del Vaticano. ¿Tienes interés en ir?, me preguntó. ¡Claro, por qué no! Sería toda una experiencia, le dije, dando por sentado que por supuesto no lo haría (a la Basílica solo se podía acceder con invitación; y en la Plaza habría un gentío). Entonces les envío las invitaciones al hotel, hoy a la noche, agregó. Así fue como, sorteando la guardia suiza, puntillosa pero a la vez bastante jocosa, entramos a la basílica, reservada esa noche para un público selecto que había sacado del armario sus mejores prendas y esperaba ansioso. Media hora después, Juan Pablo II atravesaba la nave central seguido de un interminable cortejo; se detenía a saludar a los fieles que habían dejado sus puestos y se agolpaban en los laterales de cada fila; y oficiaba la misa de Nochebuena. Afuera, la multitud seguía atentamente la celebración que se reproducía por altoparlantes y pantallas. Lo que más me impactó de aquel momento, al margen de lo raro de la situación, fue el coro: llenaba no solo el templo sino que se lo podía escuchar a varias cuadras a la redonda, dando a la helada noche romana una atmósfera casi fantasmagórica. En ese momento, la belleza de San Pedro cedía protagonismo a una experiencia que atravesaba todos los sentidos, no solo el auditivo. Pero por otro lado, sin aquella, ese mismo efecto hubiera sido imposible. Incluso, si se intentara observar como una representación teatral, con una arquitectura privilegiada, cercana a la genialidad, y con los mejores recursos, también estaría faltando lo esencial: la puesta en escena de la fe, aunque el observador fuera ateo. Tal vez, y como pocas veces, la estética se enseñoreaba sobre los presentes, sobre la multitud que rugía afuera abrazada por el monumental pórtico de Bernini, sobre la ciudad entera, pero también sobre la misma historia. En algún punto, y por algunos instantes, lograba que ambas se fundieran en un solo cuerpo. Que aunque después sería sacrificado, dejaba abierta la puerta para resurrecciones eternas y ciclos que se repetirían hasta el infinito. No tengo duda alguna de que Bramante, Miguel Angel y Bernini lo supieron: estaban construyendo no una basílica sino un poder que los necesitaba con urgencia, que decaía y que en cada agonía resurgía a fuerza de sugestión, de representación y sobre todo, de un arte que ingresaba allí donde la lógica, las palabras y la razón habían perdido la partida. ¿No es acaso esa, también, la historia de occidente? Es más, ¿no es acaso esta nuestra historia actual? 

sábado, 15 de diciembre de 2018

EL HABLA COMÚN

El habla común
















Siempre me resultaron más atractivas las ideas que las peripecias del lenguaje. Se puede decir cualquier cosa, con los recursos infinitos del mismo, y sin embargo, siempre quedará flotando la sensación desolada  de lo acabado si no hay algo, que precisamente no se puede nombrar, entretejido a ese discurso (economía comunicacional: Kafka). Lo ausente que lo motoriza y que, además, hará entrar en vecindad lo uno con lo otro. Sin embargo, nada se puede pensar si a la vez no fueran naciendo esas palabras, como un parto simultáneo e insustituible. El lenguaje “cotidiano”, en este contexto, parecería el hermano pobre de dos situaciones: un estilo propio, adquirido a fuerza de derrumbes; y el garantizado, y deglutido previamente, por alguna corporación que posibilitará su circulación en determinados ámbitos. La lengua común resultaría el mensajero que transmite las noticias triviales a un pueblo que lo necesita, pero que no siente pasión alguna por él. Común sin embargo es lo que precisamente nos hace entrar en vecindad con lo otro, con el otro. Es la lengua de la comunidad, que se fortalece a través de ella y que también declina con ella. Se la acusa de utilitaria pero tal vez la extrema trivialidad nos remita a orígenes impensados si hubiera una escucha atenta. Y no estoy hablando sólo de un problema de la  lingüística, de indagar en la raíz de las palabras. Más bien en su sintaxis. Hay modos estereotipados que otorgan pertenencia, posesión de un saber adquirido a fuerza de permanencia en un determinado territorio. Saber que discurre como la correntada del río, siempre igual y siempre distinto, que va erosionando las rocas que encuentra a su paso. Modos que estructuran espacios de acción y generan efectos sobre ellos. Hablar, en la vida cotidiana, es al fin y al cabo una certificación aún más determinante que cualquier documento de identidad. Al viajar se experimenta esta proposición con toda intensidad. Ningún paisaje, ningún elemento arquitectónico, ninguna ciudad, por monumental que fuera, se puede terminar de percibir si atrás, o al costado, o como un eco lejano, no se escucharan las voces “triviales” de sus moradores. Aunque se desconozca el idioma. 
(La foto elegida es la de una plaza en el centro de Viena, entre los monumentales edificios del Ayuntamiento y del Teatro Imperial, con reunión de vecinos, atmósfera entre posada de pueblo y kermesse de barrio) 

miércoles, 5 de diciembre de 2018

MY BRILLIANT FRIEND / LOS MISERABLES

Los miserables


¿En qué momento empezamos a volvernos miserables? Pregunta que me desvela desde hace bastante tiempo. Como no creo en la excusa del patriarcado, tengo que buscar por otros sitios. Oscuros, sin dudas. En la muy interesante (hasta ahora) miniserie italiana “My brilliant friend”, hay una situación que me retrotrae a mis primeros acercamientos a la educación. Ocurre en Génova, en un pueblo pobre. Lila es hija de un zapatero, apenas en la escala socioeconómica un poco por debajo de Elena, las grandes amigas. Lila no puede seguir el bachillerato: tiene que ayudar en el negocio del padre. El hermano, que odia el estudio, se ofrece a trabajar más para que la chica, que es brillante, pueda seguir. Los padres (estereotipos del "italiano bruto") los convencen a golpes de que ambos deben ganar dinero; a la chica incluso la tiran por la ventana y le rompen un brazo. Elena, por su parte, es solo buena alumna. También quiere seguir el bachillerato. El padre, procurador, está de acuerdo, a pesar del sacrificio económico. Ve potencial en la niña. Sorpresa: es la madre la que se opone. Tiene que trabajar, ¿para qué estudiar? ¿Ficción? No estoy nada segura. Furia. Como dice la misma Elena (ya de adulta), la rabia de la mujer crece, avanza y no se va con el tiempo. El hombre explota y se olvida. ¿Machismo? No estoy segura. Más bien creo que ambos “géneros” absorbieron el mandato y ocuparon, cada uno, el rol que más convenía para el funcionamiento eficiente del "negocio familiar". El que garantizaba que el sistema se reprodujera sin fisuras. Como sería, por ejemplo, que una niña pobre y brillante se inclinara por la lectura de autores inmortales antes que remendar zapatos. La incultura de los padres no es atenuante: es sí, el paraguas protector contra futuros reclamos. De los hijos infelices que siguieron el mandato y de aquellos que aún rompiéndolo detrás de sueños poco redituables, fueron vistos como traidores a la "causa".

lunes, 19 de noviembre de 2018

RAPSODIA BOHEMIA / EL REINADO INTACTO

El reinado intacto


Sala llena en el Village, hasta la primera fila, casi sobre la pantalla. Estadio de Wembley, festival por el “hambre en África”, 1985, la Reina está a punto de salir, la multitud brama, solo se lo ve de espaldas, la musculosa blanca, los jeans tiro alto, la pulsera con tachas, la música que empieza a sonar y la escena que se interrumpe justo cuando le abren la puerta a Mercury para que ingrese al escenario. Entramos en shock: solo esa secuencia y, por supuesto, la majestuosa (jamás mejor empleado el término) escena final (que es el final de la primera) justifican la película. En el medio, la vida de Freddie Mercury muy pero muy a lo Hollywood. Que esto no sería gran problema: una ya va preparada para ver un tributo, no un documental ni un film Clase B (aunque algunos tópicos, como la extrema soledad del cantante, podrían haber sido explorados en formas menos complacientes). El problema principal es que el actor que hace de Freddie Mercury no es Freddie Mercury. Y esto no vislumbra solución posible. No hay forma alguna, el actor no lo consigue, de olvidarnos del original. Como esas películas sobre la vida del Che Guevara interpretadas por alguien que, obviamente, no es el Che. Lo mejor, sin embargo, de este entretanto, esta espera entre el principio y el final, son los músicos que lo acompañan (actuaciones extraordinarias), la génesis de algunos temas y por supuesto, los temas. Entonces llega el momento esperado: cuerpos que se estremecen por esa potencia vital que se desplaza desde la ficción hacia la realidad de la sala, que se traslada como presencia, insurrecta y desequilibrante: Mercury hace lo que quiere con un estadio a reventar, con esos mil quinientos millones que lo siguen por TV. Y claro, con los que estamos en el Village. No importa que mezcle ópera, con rock, con pop; tragedia griega con Shakespeare; que desmantele convenciones y tradiciones musicales; que se enfrente a los estereotipos de las corporaciones discográficas; que se disfrace de mujer, que reconfigure el escenario con el uso del cuerpo y sus desplazamientos (metáfora además de los propios desplazamientos de su vida íntima, cuando ser gay todavía era un problema y el sida, una condena a muerte): Freddie Mercury antes que músico pop es un artista, de esos que surgen muy de vez en cuando y que cuando lo hacen, sacuden al mundo entero. El reinado sigue, sin dudas, intacto.

lunes, 12 de noviembre de 2018

CINE: ROJO / LA DUDA

La duda

Llorar no solo es liberador sino que también posee efectos terapéuticos. Hacerlo en el cine, al final, cuando se están encendiendo las luces, ya es un poco más complicado; más aún, si como música de fondo suena Jairo con el valle y el volcán. Hacía mucho no me pasaba, tal vez años: "Rojo" quebró la racha. Clásico mediante, la sala estaba medio vacía, entro al cine con el segundo gol de Boca. Empieza el film en la pantalla y, casi en simultáneo, el otro, en la cabeza: la adolescencia, los pantalones Oxford, el pueblo chico, que bien podría ser Asunción de mediados de los 70, las coreografías del colegio… Y la abrupta intercepción entre lo que se está proyectando y aquello que voy desenterrando. Ningún detalle en especial, nada de la trama, ni las múltiples metáforas y simbolismos, que a veces resultan demasiado obvios, sino esa complicidad que respiré por lo menos los primeros 20 años de vida. Silencios atroces, conciencia de la hecatombe innominada, aire enrarecido, ese fascismo que nos iba formateando hasta en los mínimos detalles. Por lo menos a nosotros, los todavía inocentes. El acto final, que no voy a spoilear, desata la bronca y la impotencia acumuladas y silenciadas por décadas. Siempre queda la duda: es cierto, teníamos 14 años, pero, ¿qué no dijimos? ¿Qué no preguntamos? ¿Qué naturalizamos? ¿Fuimos cómplices precoces de una educación autoritaria que nos iba autorizando, a la vez, a repetirla en la vida adulta? Y lo que aún es peor: ¿qué nos queda, inconscientemente, de aquellos adoctrinamientos? ¿Cuánto horadaron dentro de nuestros cuerpos hasta confundirse con ellos? Preguntas que valdrían hacerse, sobre todo ahora, que parece que el fascismo está volviendo a desplegar sus garras. Y sus lecciones.

sábado, 10 de noviembre de 2018

LOS MONSTRUOS

Los monstruos

Un huésped del cuerpo eterno: no se instala pero tampoco se va definitivamente. Un amante furtivo y violento, al que se odia con la misma intensidad que se lo necesita (jamás un esposo ni alguna aberración semejante): merodea, acecha, seduce, lanza el zarpazo en los momentos menos pensados. Conciliar, no queda otra alternativa: estará allí lo que dure nuestras vidas. Y con suerte, no se las llevará consigo. Así son los trastornos mentales. Sin embargo, no siempre son los peores enemigos: al fin y al cabo, ¿qué es la normalidad? La destrucción a veces suele venir de la mano de los tratamientos, que aspiran a no dejar dudas sobre aquella pregunta. A grabar a fuego en los cuerpos enfermos esa norma tan prestigiosa y solo repudiada, como pose o taquilla, cuando se está bien parapetado detrás de ella. El problema es que una con los psicotrópicos cada vez se parece menos a sí misma. A esa enferma que por fin había entablado vecindad con lo otro. Una extranjera medio analfabeta, entonces, en territorios normalizados.

viernes, 9 de noviembre de 2018

ESCRITURA DE UN LIBRO (8) / VÉRTIGO Y RUINA

Vértigo y ruina

Trepada a lo alto de la pirámide de Cobá, en México, me asomé al abismo. Euforia, vértigo y terror. Subir fue dificultoso. Pero allá en la cima, recién allí, una percibe que la cuestión no es el ascenso. No podía mover un músculo del cuerpo. Nada respondía a los mandatos del cerebro: “buscá una solución, movete, girá, ladeá, investigá, retrocedé, quieta, avanzá, esperá…”. El mundo se me venía encima, casi como cataclismo cósmico de sentido inverso, puesto que estaba en la cima. ¿Lo habrán planificado adrede?  ¿Habrá sido una estrategia sacrificial, una emboscada (y no en el sentido de Jünger, aunque tal vez habría que rever esto último), una medida precautoria para los futuros conquistadores? Una pendiente a ratos imposible, una indecisión desinstalada, un quiebre del tiempo y del espacio que mientras promete el cielo empuja perentoriamente hacia aquel suelo remoto y desfondado. Cuerpo traccionado, al borde de la disolución. Un exerimentado viajero me dio las indicaciones para el descenso. Bajé. Y claro, del vértigo y la embriaguez pasé a la inevitable ruina: esto es, aproximadamente, lo que siento cuando me enfrento a la escritura de un libro.

viernes, 2 de noviembre de 2018

ESCRITURA DE UN LIBRO (7) / HORMIGUEROS

Hormigueros

Admiro, a veces amo como quien ama ecologías exóticas, a aquellos que tienen la vida intelectual pautada de antemano. Pero recelo de la Academia, como de cualquier otra estructura. Será porque todas, sin excepción, terminan asfixiando. Y a veces, empiezan por ahí. Suponer que una no quiere atenerse a las reglas prefijadas quién sabe por quién o por qué por falta de rigor es una falacia (estupidez aún mayor es suponer que se las desconoce). No solamente que el rigor está, y quizás aún mucho más exigente que en aquel que sabe que con unas cuantas fórmulas respetadas a rajatabla, obtendrá algún resultado, sino que esta presunción encierra un objetivo bien concreto. Que no es otro que contrarrestar el peligro. Todo poder se siente en peligro. Aunque lo desafíe una hormiga. Porque en el fondo, muy en el fondo, de lo que se teme es que se armen tantos hormigueros que terminen socavando el suelo. La duda, sin embargo, será siempre la misma: si ese suelo por fin se debilita, ¿habrá conectividad entre esas comunidades solitarias que operan en las catacumbas de la razón establecida? ¿O nos caeremos todos en el mismo abismo informe?  

lunes, 22 de octubre de 2018

ESCRITURA DE UN LIBRO (6) / DESGARROS

Desgarros

El problema actual no es que hoy día todo autor quiera ser un maldito para ganar notoriedad o buscar la diferencia. El problema es que lo maldito no radica ni en la voluntad de serlo ni mucho menos, en aferrarse a aquellos ya universalmente, o por lo menos, localmente, aceptados como tales. En la escritura, literaria o ensayística, el proceso de ósmosis funciona de otra manera. Algo remoto escuchamos de ese otro que nos interpela en algún momento, nos sentimos aludidos, y nos obliga a la internación. Palabra curiosa: nos internamos en esa lectura y a la vez, nos des-internamos del mundo. Ese proceso será definitivo: o salimos curados de aquella escritura que nos cautivó, y probablemente a partir de allí, la nuestra adquiera saludable (y maldita) independencia deudora. O quedamos atrapados en sus redes, como repetidores o hermeneutas eternos de una gloria ajena. En una entrada anterior de esta columna decía que la seducción de la escritura procedía de un desgarro; y que la escritura que quería ser seductora, de una simulación. Sin conciencia de ese desgarro, queda la interpretación, la divulgación, la fidelidad eterna hacia aquel que nos habló pero del que, a falta de turbulencias interiores propias, no pudimos sacarnos las protectoras redes de encima. El mal sin embargo no es una calificación ética, una ostentación de tropelías, un inventario de atrocidades socialmente “mal vistas”. Ni mucho menos esa mirada de manual, mal de la época, donde se piensa desde la diferencia, lo raro, la extrañeza, etc. El mal tiene su origen en aquel diálogo fracturado que encontró interlocutores válidos, pasados remotos comunes, a veces infernales, conformando espacios de libertad posibles dentro del imposible afuera. Pero se sabe: la desgarradura no siempre puede autoreconocerse de la noche a la mañana. Para tal carencia, está la especialización, palabra sagrada y moderna como pocas, la farmacopea de la escritura enclaustrada o efectivas recetas provenientes de los mercados. Que formatean malditos en serie o arrobados admiradores que aspiran a la imposible “confusión” con el autor de sus desvelos. Más adelante resolveremos esta supuesta carestía de desgarrados en una época, como la moderna, que los produce casi en forma exclusiva.

viernes, 19 de octubre de 2018

ESCRITURA DE UN LIBRO (5) / SUICIDAS

Suicidas

Estas líneas surgen inmediatas de una nota que leí en el diario sobre Silvia Plath. Conozco poco de su obra; me llamó la atención su poemario, Ariel, que “coincide” con el título de mi segunda novela, en eterna construcción. No sé, ¡quién podría!, si el oficio de escritor/pensador/poeta es peligroso. De lejos, o sea, desde una perspectiva más trivial, parecería un juego de niños. Un estado de gracia. Desconfío, sin embargo, de estas categorías. No sé si al trabajar con pensamientos y palabras no se está tan expuesto al riesgo como un obrero de la construcción, un minero o un colectivero. Con la desventaja de que al poseer materialidades intangibles, suele sospecharse de inocuo. El problema surge cuando ese escritor se pone en juego, cuando ignora las advertencias y las luces de alarma; cuando se interna en territorios donde ofrece su cuerpo de rehén y salvoconducto. De escudo y parachoque. Lo sabemos quienes escribimos: hay un momento en que una voz nos susurra detención, hasta ahí nomás, es suficiente, ¡peligro! arenas movedizas. La mayoría de la producción literaria actual está poblada de estas obras detenidas. Guarecidas. Que por supuesto, no pasan por el tema que abordan sino por ese cuerpo que, precavido, se salvaguardó con la esperanza de la fama o la taquilla. O de la supervivencia (se las reconoce a simple vista: abordan temas "malditos" con el piloto asegurado contra tempestades, circulan muy bien en salones y en suplementos culturales, o en higienizados programas televisivos). Cuerpo ofrecido al relámpago de los dioses, diría Heidegger. Nos internamos en lugares inhóspitos, sordos, sin brújulas ni  coordenadas conocidas, nada sabemos de su fauna, ni de sus posibilidades de habitabilidad. Y sobre todo, de sus vías de escape, de retorno al mundo real. Que ya de por sí es, para todo verdadero artista, un escollo. Esa brecha, entre los mundos, el real y el “inventado”, suele convertirse a veces en el precipicio por donde caen aquellos que no encontraron ni el escondite salvador ni la pelota candente que se lanzará sobre el cuerpo del otro para sacarse la prenda de encima. Casi como cualquier juego de infancia.

martes, 9 de octubre de 2018

CRÓNICAS ROSARINAS

Crónicas rosarinas

En Rosario anida una "ciudad ideal", esa forma a priori, controlada y dotada de los máximos beneficios de la vida urbana, que define muy bien sus límites de adentro-afuera. Sueño de Torcuato de Alvear para la Buenos Aires de fines del XIX. La realidad, en ambos casos, les pasó por encima: territorios privilegiadísimos rodeados de una conurbación mal resuelta, gobernadas cada una por fuerzas donde la impunidad es la condición esencial de subsistencia. Situación especular esta de Rosario con Buenos Aires, las dos prósperas ciudades fundacionales de la Modernidad argentina de fines del XX. Una estrategia territorial que se enseñoreó sobre las formas de vida y de algún modo trazó el destino tan inexorable como inevitable del resto del país. Depositarias de un legado, material y existencial, del afuera, cabezas de Goliat que en algún momento tendrán que hacerse cargo de ese cuerpo decapitado. Rosario florece en primavera. Bella, atiborrada de cultura, congresos, tecnología, proyectos urbanísticos y soja. Del resto, como decíamos ayer, se encarga el narco.



 







Fotos: Z.L. (9/10/18)


lunes, 8 de octubre de 2018

TU QUERIDA PRESENCIA

Acto frente a la casa del Che en Rosario







Fotos: Z.L. (8/10/18)

CRÓNICAS ROSARINAS

Crónicas rosarinas


Lunes a la mañana en la bucólica ribera rosarina: pasó el malón del fin de semana, quedan los “aeróbicos”, las madres con niños pequeños y algunos turistas internos que hacen picnic. El calor todavía no se siente (al mediodía será insoportable y a la noche se largará la tormenta anunciada). La cámara de fotos (ni el celular ni la hogareña, la profesional) inspira deseos solidarios. Si necesito algo, si busco alguna dirección, etc. Ocurre en todos los lugares del mundo. Me aconsejan que aquí "en Rosario" -hacen hincapié en el nombre-, no conviene tenerla tan suelta. Tienen razón, la llevo colgada casi como extensión del brazo, medio olvidada hasta el próximo disparo. Sí, me aclara uno, hay mucha relación del río con la ciudad. Sobre todo el fin de semana. Además, hay colectivos que te dejan justo aquí, agrega. Vengo siempre con mis amigas, llegate hasta los silos de colores y bajá al restaurante, es un belleza, me dice una señora. La ribera se extiende hacia el privilegiado norte (hasta rematar en Ciudad Ribera), enlazando situaciones que mezclan consumo, ocio y arte (o tal vez, todo es lo mismo) como para despabilar de tanto en tanto al transeúnte. Imagino que en pleno verano esto debía ser un hormiguero. Pero en muy pocos lugares se permite el descenso al río. No solo por el peligro que implica la correntada: aún perviven algunos asentamientos que, indiferentes a la opulencia de arriba, viven una relación estrecha con el Paraná. Traidora esta ribera reciclada que los esconde y los erradica, pienso parafraseando la muestra de Jacoby en el Museo de Arte Contemporáneo. Que está precedido por una escultura espantosa de Minujín. En fin, la receta universal y sus virus resistentes, sello de toda gran metrópolis. A la noche, en un bar, leo los titulares de La Capital. El paraíso tiene límites bien definidos. 
 
















Fotos: Z.L. (8/10/18)

domingo, 7 de octubre de 2018

ESCRITURA DE UN LIBRO (4) / CUADERNOS DE VIAJE

Cuadernos de viaje


Es compulsivo: en cada viaje compro dos o tres. Algunos todavía están en blanco. O amarillentos, medio derrotados; varios guardan las bitácoras de libros ya publicados o en construcción (para estos suelen actúar varios en conjunto); otros, registros indescifrables, números, fechas, lugares, trazo discontinuo, sintaxis medio esquizofrénica. Fascinación por esos formatos, muchos autóctonos de ciudades queridas, a las que tal vez jamás se retornará. Algo más que un souvenir, mucho más: superficie que promete que allí, por fin, ocurrirá algo. El suceso extraordinario de una escritura inmortal. Sí, eso siento por esos cuadernos que contrariando la tradición, difícilmente son de tapa negra (aunque el resto de casi todas mis cosas sea de ese color). Viaje y escritura (con testigos silenciosos que aguardan el milagro).

miércoles, 3 de octubre de 2018

ESCRITURA DE UN LIBRO (3) / DESEO Y PELIGRO

Deseo y peligro


¿Cómo las ideas, a veces un poco atolondradas, fugitivas como nubes de primavera, consiguen aquietarse y transformarse por fin en libro? ¿Cómo eso que martillea, incomoda, a veces por décadas, o desde que se tiene uso de razón, incluso que nos constituye en el mundo como un ADN adquirido, una mutación genética que nos invalida, incapacidad invisible pero productora, el bloque de cemento de algún lanzallama de Arlt, de golpe decide convertirse en letra impresa, circular de mano en mano, o aletargarse en alguna librería o biblioteca? ¿No hay algo de obscenidad en esto de expulsar pasiones, sacárselas de encima, como diría Schiele? Probablemente. Tanto como suponer que eso se “presentará” en dicha escritura. En todo caso, acentuará desgarro y exigirá, cada vez a mayor celeridad, el silencio. ¿Qué otra cosa sino es escribir que develar esa imposibilidad? Y sin embargo, la insistencia. El Autor, a cada palabra, se queda un poco más afuera. Agranda distancia. Se recusa doblemente, como personaje de Kafka, para recién allí retornar brevemente al mundo. Para seguir oteando el peligro, padeciendo el incesante (y a veces insoportable) deseo.

lunes, 1 de octubre de 2018

ESCRITURA DE UN LIBRO (2) / LA EMBOSCADA

La emboscada

El miedo puede ser vencido por la persona singular si ésta adquiere conocimiento de su poder. La emboscadura, en cuanto conducta libre en la   catástrofe, es independiente de  las  fachadas político-técnicas  y  de sus agrupaciones. La emboscadura no contradice a la evolución, sino que introduce libertad en ella mediante la decisión de la persona singular. En la emboscadura  la persona  singular se confronta consigo misma en su sustancia individual e indestructible... (Jünger / La Emboscadura)

Escribir con los otros en la mente o soltarlos de una vez por todas. O mirarlos con desobediencia. De lo contrario, ¿no estaría haciendo lo mismo que critico siempre? ¿Cómo llegaron hasta mí? ¿Qué redes tejieron para su incorporación en mi bibliografía, o sea, en mi biografía? Las imperceptibles tramas de poder en la educación no tratan tanto de contenidos sino de formas. Trampas de repetición. Un libro más, más de lo mismo. No se escribe para algo, se escribe contra algo. 
Irme al bosque, emboscarme: algo de eso es este libro en construcción.

sábado, 29 de septiembre de 2018

LA ESCRITURA DE UN LIBRO (1) / SEDUCTORES PÓSTUMOS

Seductores póstumos

La escritura para la seducción o el agrado es muy distinta a aquélla que seduce o entabla complicidad con su lector. Mientras en la primera se nota el gesto, la intención, y por lo tanto la instrumentalización de la palabra, en la otra se entrevé el desgarro. Que es lo que la vuelve seductora. Y no la intención previa de su autor. No hay forma alguna de simulación. Solo aquellos públicos que no tienen acceso frecuente a la lectura, y a cierto tipo de lectura, pueden confundir una con la otra.

Es inútil escribir para los "pares" (en caso de que esto exista) contemporáneos que no están implicados, de una forma u otra, en dicha escritura: solo les generará rencor. Se escribe para los que vendrán, cuando esa aspereza de la piel cercana, esa hostilidad próxima, haya desaparecido gracias al tiempo. Los que no entablamos vecindad con la actualidad somos siempre póstumos (y esto no implica genialidad alguna: solo meras cuestiones humanas).

Cuando estoy escribiendo un libro hay una instancia previa de lo más desagradable: es cuando todavía no me capturó y lo miró de lejos. Algo así como cuando se empieza una relación que no es “a primera vista”: si la distancia se prolonga en el tiempo, hay mal pronóstico. Allí están entonces varios manuscritos empezados y atorados por aquella falta. Como esos nombres que se apilan en la memoria, sin pena ni gloria.

Escribir un libro, ¡qué suplicio salvador! Pero no conviene preguntarse muy a menudo qué pasaría si no se lo escribiera. 

NOCTURNIDAD

Nocturnos

La nocturnidad no es una opción, es una condición biológica. Pensar y producir de noche, lejos de los fragores productivos, es toda una metáfora: tomar distancia de aquello sobre lo que se escribirá. Pero, ¿cómo escapar transitoriamente de esta modernidad acelerada a la que se intenta dar forma? La noche también está poblada de fantasmas, oralidades, reclamos, reyertas, aunque una esté completamente sola. Aquí Google me recuerda esos (nocturnos) proyectos urbanos de la luminosa Ámsterdam. 

p